domingo, 31 de mayo de 2009

Ochenta y cinco.

Le costaba andar y andaba despacio por no tropezar.
Aún así se caía e incluso a veces podía rascarse la nariz,
torcerse un tobillo y olvidar sin querer que un día se lanzó a correr.
No era torpeza, era prisa por caminar, por echar a volar.
Necesitaba ayuda para moverse. Alguien dispuesto
a aguantar el peso de un cuerpo inherte le regala un paso,
un viaje, un día más.
El dolor en las rodillas era patente al subir escaleras. Nunca
se quejaba, hay quien sufre más.
Le temblaba la mano al hablar y regaló su tacto a un cuerpo
que ya no está. Quiere que vuelva piensa, no sé.. ¿Volverá?
Nunca pierde la sonrisa aunque le cueste respirar. Inspira, expira.
Sigue el proceso, sigue aquí. Aunque el aire no llena completamente
sus pulmones, con el que tiene ya le sirve para vivir.
Come despacio porqué le cuesta digerir, sin excesos. Le gustaría probar
algo con azúcar que le endulzara por momentos el paladar , el cual perdió
el sentido del gusto. Que ahora todo le sabe a sal.
En los momentos tristes piensa en qué le ha regalado la vida y sonríe sin más.
Nunca cuenta sus arrugas, sabe que estan. Experiencias vividas, que
quedaron atrás. Recuerda sus besos, su mirada, su aliento, su sexo,
su andar. El día que la cogió de la mano y se puso a temblar. Se hizo
fuerte por momentos, le invadió seguridad, recogió un soplo de aire más.
Que rápido pasa la vida y que lentas las horas que no se aprovechan.
Lo intentó y lo volvería a intentar si le brindaran la oportunidad. Volvería
a nacer, volvería a llorar. Volvería con ganas, volvería a luchar. Volvería a
conocerla una noche en un pub. Volvería porqué se le va la vida y el corazón
se está muriendo, deja de palpitar.
Un soplo de aire fresco la despierta de su siesta junto a la ventana. Se volvió
octogenaria, pasaron ochenta y cinco días ya.

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