sábado, 27 de abril de 2013

The lovely bones.

Me enamoré de ella la primera vez que la vi y me enamoré también la segunda. Me enamoré la tercera, la cuarta, la quinta y todas las que vinieron. Lo hubiera dado todo para hacerla feliz, pero nunca llegamos a coincidir, ni en tiempo, ni en lugar. Un amor que no te corresponde va rellenando pequeñas partes de ti, sin prisas, sin esperanzas, muy muy despacio. Llega un día en que sientes tu cuerpo repleto de emociones, sentimientos que siguen sin corresponderte pero te aprietan las costillas hasta dejarte sin aire, sin palabras. Le hubiera dicho que era el amor de mi vida mil y una veces mirándola a los ojos. Mirándola de verdad. Nunca le dije, vamos quédate, prometo hacerte feliz. No lo hice senzillamente porqué ni tu misma sabes nada del amor y quién soy yo para prometer nada. A pesar de todo, me entristece saber que probablemente ella nunca sabrá cuánto llegué a amarla. De lejos, a dos metros, al lado tomando un cubata. Pasaron los días, los meses, los años. La vi triste, sonriendo, bailando. Con tirantes, con camiseta, con camisa, con pantalón corto y largo, con abrigo y con bufanda. Era preciosa y estaba preciosa de cualquier manera y en cualquier lugar. Con la nariz roja de frío y con los ojos más claros al sol. El amor funciona así, aún con los años, viendo más arrugas y más canas me hubiera parecido exactamente igual de bella, como siempre. Belleza efímera que acompaña al dolor de palabras no pronunciadas. Me enamoré de ella la primera vez que la vi y me enamoré también la segunda. Me enamoré la tercera, la cuarta, la quinta y todas las que siguieron. Era completamente invisible, nunca supo nada de mí, ni se dedicó a pintarme los huecos vacíos con pinturas de colores. No me vio como yo la vi. No luchéis para dejar de ser invisibles porqué cuando alguien se enamora de ti te ve con el corazón y no con los ojos. Aún así, cada vez que la veo, pienso que no hubiera estado del todo mal una vida a su lado.