miércoles, 12 de enero de 2011

El último noviembre. [2009]

Te tuve dormida entre mis brazos muchos días y algunos que otros más. Abundante la ilusión en cada beso compartido y reconfortantes los abrazos que apaciguaban cada caída. Tantas veces nos tendimos la mano que ni tan siquiera alcanzamos rozar el suelo, fueron simples tropezones que disminuyeron con el tiempo. Disfrutamos de largas conversaciones para entendernos y mucha complicidad para actuar. Bastó conocernos para saber que podríamos llegar a querernos, a quererte mucho. Y desde luego, lo hice. Te amé como nunca he amado a nadie. Hoy es día de reflexión. Sí, he quitado el polvo de la parte de mi cerebro que es toda tuya. Que a ratitos te piensa. Últimamente he librado muchas batallas conmigo misma. Las he ganado, todas y cada una de ellas. Ante ti, me rindo. No quiero herirte, ni quiero hacerme daño. En gran parte he estado huyendo. Pensaran que huir es de cobardes, pero yo creo que, a veces, es mejor retirarse a tiempo. Seguir caminando es fácil, es simplemente bajar todo el peso de tu cuerpo a los pies y dejar que ellos se muevan. Lo difícil es elegir el camino correcto. Al andar, naufrago en pequeños charcos de nostalgia que no siempre puedo saltar, o simplemente me salpican el alma. Te echo de menos aunque no te lo diga. Aún así, no sabes cuantas horas te dedico. Ni tampoco cuánto me acuerdo de ti. No lo sabes porqué nos basamos en la cortesía de un saludo, anulando las palabras que verdaderamente importan. No hemos estado en el momento, ni lugar, ni quizá tiempo adecuados para querernos. Aún así, enamorarme de ti es lo mejor que me ha pasado jamás. Amarte fue perfecto porqué para mi eras perfecta. Porqué en la sencillez, la humildad, en la inocencia, en la autenticidad de tu persona, en tu fortaleza, en tu saber estar, en tu deportividad, tu compañerismo, tu fidelidad, tu respeto y en tu manera de vivir la vida radicaba todo aquello en lo que tanto había soñado. Ahora eres feliz y no hay mayor gozo que verte así. Porqué cuando de verdad quieres a una persona, lo que realmente importa es verla sonreír. Sonríe hasta que te duelan las mejillas, grita hasta quedarte sin voz, quiere hasta que te explote el corazón porqué esto, a mi, también me hace feliz. Lo escribo hoy porqué el frío aprieta y la debilidad de los rayos de un sol ya otoñal me acercan a un próximo noviembre. Éste, sin tí.

Descarada. Así eres.

Te voy a morder dijo; te lo Suplico, muérdeme. Ten, para ti una mochila de algodones de colores. Para que no te duela la espalda. Voy a ponerte contra la pared. No tienes salida. Ninguna. ¿Querrías irte? Tenías que haberlo pensado antes. En boca cerrada no entran moscas. Te humedeces los labios cortados por el frío. Me miras desafiante cubriendo tus nervios. Lo sé, porqué te tiembla la pierna. Hace frío. Miro la punta de tu nariz levemente enrojecida. Tus mejillas van adquiriendo el mismo color. Te sonrojas, tiemblas. En ese instante te ves frágil, capaz de romperte en ese mismo momento. Me gusta. Me gustas callada, mirándome. Clavas tus ojos en los míos y te sale una sonrisa pícara. Te voy a morder. Te voy a morder hasta revolverte el alma. Hasta que pierdas el ritmo. Hasta que pierdas el equilibrio. Hasta que no sepas la hora que es, ni en que mundo vives. Te voy a morder hasta que pierdas los cuatro sentidos. El quinto, el tacto, te lo dejo intacto. Te voy a morder hasta que se nuble tu mirada y caigas desvanecida en mis brazos. Te voy a morder hasta que digas basta, hasta que pidas clemencia y aún así, no vas a vivir para contarlo. Suerte.

Sin ti, pero siempre conmigo.

Bienvenidos a mi No Navidad. Este año no estás. Tengo todo y a la par no tengo nada. Se acabó sentarme en tus rodillas desgastadas por los años. Ya costaba caminar. Aún así me cobijabas en tu regazo sin tan siquiera quejarte. Tu bastón sigue en un rincón de la habitación. Está todo en su sitio, a veces parece que aún no te hayas marchado. Huele a ti. También se perdieron tus abrazos. Únicos. Como tú. Nunca habrá nadie como tú. Se desvanecieron tus palabras con el viento. Las que tenías para todo el mundo. Honradas, amables, sinceras. Ya no hay besos de lejos. Tú ya me entiendes. Se ha ido tu sonrisa, siempre presente, y con ella toda la magia de estas fiestas. Por qué era mágico verte abrir los regalos, aún sabiendo que iban a caer unos calcetines, masaje, colonia, pijama o camisa. Este año para ti no habrá nada material. Te regalo todas las calles vestidas de luces y miradas al cielo buscándote. Me consuela saber que estarás con ella. Con tu gran amor. Nunca ha existido un amor tan grande. Tanto como tú. Grande en tamaño, grande en corazón. Te fuiste rápido. Te fuiste sin dolor. Te has ido sin despedirte, pero a veces no hacen falta despedidas. Me hubiera gustado decirte adiós, pero lo hiciste, como siempre, a tu manera. No te olvido. No dejo de recordarte. Me despido diciéndote que no sólo he perdido a un insuperable abuelo, sino que el mundo también se ha perdido a una gran persona.

Te echamos de menos.

De una nieta a un abuelo cojonudo. Para ti sí, Feliz Navidad.

Café de verano.

Ando directamente hacia donde estás. Aprieto el mando y te abres. Me siento, acercándome con decisión al volante. Siento protección. Me proteges de todo lo ajeno a ese pequeño espacio. Aire reducido. Aire caliente. Abro las ventanas. Soplos de brisa fresca. Suena la quince. Hip hop. Me invade la música y empiezo a cantar. Primera. Subo la cuesta que me lleva hacia la calle. Me centro. El parpadeo del intermitente de la furgoneta retro de delante me distrae. ¿Dónde irán? Suena reagge de fondo. Bajo el volumen de la radio y me da por pensar. Se escuchan risas, una mano ondea el aire por la ventana. Cantan. Pura felicidad. Me contagia. Me río. Primera, giro. Segunda. La furgoneta desaparece. Paro. Semáforo en rojo. La gente espera en la parada del autobús. Resoplan, se abanican. Llega tarde. Llegan tarde. Dependencia que yo no tengo. Hoy la tienen los demás. Me invade libertad. Pequeña libertad. Libertad en pequeñas dosis. Trabajo, trabajo y más trabajo. Horas de gente, horas de copas, birras, birras y más birras. Tráfico, mucho tráfico. Despacio. Una rotonda. Otra. Mi destino. Paro. Inspiro, expiro. Me bajo. Ando por el pueblo entre coches y saludos. Luego iremos. Luego nos vemos. Hasta pronto, pues. Dejo caer el bolso encima de la silla. Nuestra silla, nuestro hueco. Un cigarrillo antes de empezar. Llego pronto, diez minutos. Diez de tranquilidad, de humo, de contemplar, de analizar. Toda la terraza llena. Brilla el sol. Quema. Saboreo mis dos últimas caladas. Saben a gloria. Servir, pedir, hablar, comentar; descifrar una sonrisa en medio de la prisa. Mis piernas flaquean. Necesito sentarme, comer, fumar, fumar y fumar. Nunca había fumado tanto. Me carga el trabajo, me carga la gente. Se me carga la espalda. Y al final, simplemente me cargo de paciencia. Me invade el cansancio, tanto, tanto, que incluso consigo cansarme de mi misma. ¿Cómo se come eso? Con azúcar y cucharilla. En ayunas, un café con leche. No, miento. Me soporto mejor con un poco de baileys. Dulce, tan dulce que llega a endulzarme el alma. Adoro ese minuto. Mis pequeños sesenta segundos. Míos, para mí y de nadie más.

Mi casa en otro lugar.

La lluvia revuelve las silabas y las palabras me suenan a chino. Me desconcentro. El ruído de las gotas rebotando en el marco metalizado de mi balcón me proporciona cierta compañía. Me siento menos sola. Alguien ha hecho café. Huelo el aire con la cabeza levemente inclinada y me invade el aroma a hogar. No sé, es familiar el olor a café. Es como unos churros con chocolate, pero de diario. He decidido tomarme un capuchino. Entro en la cocina y sonrío. Es tan fácil ser feliz con una simple taza de cafeína y mucho azúcar cuando te llenas de optimismo, que parece casi imposible. Que día más tonto. Será la lluvia que me recuerda a ti, no sé, será. Me aprieto la taza hirviendo contra el pecho antes de pegarle un primer sorbo. Lo saboreo y ando despacito mientras contemplo todo lo que me rodea tarareando “without you” de Ayo. Vaya, es perfecto. Todo. El silencio, mi vida y mi mañana. Buenos días!