jueves, 3 de diciembre de 2009

Nuestras horas.

Llegar a casa borracha por sobredosis de tus manos. Enloquecer con cada uno de tus movimientos, tirando de tu pelo, dejando mis uñas en tu espalda y mis dientes en tus hombros. Drogarme con tu saliva hasta perder la noción de tu boca. Comerte, arañarte, morderte, suplicarte hasta la saciedad, deshacerme de placer, anclar mis fuerzas en la punta de tus dedos, morirme, matarte, matarnos. Comerte la oreja y gemirte, empañando los cristales, borrando tu boca con mi aliento, desdibujando el calor que nos invade. Y que me lleves en un ascensor al cielo sin necesidad de dar a ningún botón.



Siempre quiero más.

Paralelísmos.

Ellas se fueron, ¿o me fui yo?
Las vi alejarse desde el coche. Paseaban a tan solo unos centímetros de distancia. Una descansaba la mano sobre el hombro de la otra. Pensé que nunca había visto a dos personas andar tan pegadas aun sin palparse apenas los cuerpos. Ellas estaban cerca, ahora era yo quién me alejaba. Alzaron los brazos para despedirse desde la distancia cuando avancé entre calles anocheciendo. Ambas se dirigían a casa, se pondrían el pijama y cenarían cara a cara. Se quedarían dormidas muy pegaditas en un sofá junto al televisor.
Unas luces de neón me indicaban dieciocho grados. Se me ocurrió que ellas no pasarían frío ni dado el caso en que la temperatura descendiese otros dieciocho. Sin embargo yo sí.
Aún en bajo cero dormiría desnuda y mis pies no hallarían el calor que encontrarían ellas entre sábanas. Que elaborarían sin darse cuenta, como la sustancia invisible que crea la felicidad de las pieles que se sienten a salvo. Micro- mundos secretos.
Yo mañana estaría en otra ciudad. Mientras, ellas, desayunarían sin prisas.
Yo seguiría indagando algo que ni siquiera perdí. Seguiría viviendo entre las escalofriantes dualidades entre el amor sin sexo y el sexo sin amor. Pero jamás lo olvidaría, jamás olvidaría que yo también amaba, y que mi amor era tan grande que abrazaba el universo.