martes, 26 de noviembre de 2013

Tuya, suya. Nuestra.

Guardadas en la retaguardia dos pistolas de calibre seis. Desenfundadas, cargadas y preparadas para disparar balas en cualquier momento, hacia cualquier dirección. Las manos en el bolsillo, mirada desafiante. Palpo algo sólido entre hilos descosidos. Un trozo de papel duro, rosado y roto. Lo sostengo unos instantes antes de tirarlo al contenedor. Es tu punto de libro. En él, horas antes habías escrito un te amo permanente. Que efímeras las palabras, que inoportuna la felicidad. Enciendo un cigarrillo en la esquina de un callejón, hace viento. Un aire frío, impetuoso que me hace llorar. De pronto me descubro en un mar de lágrimas. Pienso, pienso y justo estaba andando sin rumbo para no hacerlo. Que hago si el cielo cae fundiendome el corazón. Que me digo para calmar la ansiedad, para que desaparezca este dolor. Como paro de pensarte en sueños si despierta se niega la razón. Como descalzo la suma de uno más uno son dos. No pido compasión. No quiero abrazos ajenos que la fuerza la saco yo. Durante mi vida he tomado diferentes caminos. No siempre el más fácil te hace más feliz ni tan siquiera el más difícil te hace serlo menos. Supongo que la felicidad depende de que no escojas, simplemente que suceda, así, de repente, sin que te des ni cuenta. Y un día, uno cualquiera, te sorprendes a ti misma sonriendo, con ganas, con ilusión, con firmeza. Ese día no importa si estás sola o acompañas tu café con otro sujetado en otras manos. No importa y no importa porqué eres feliz contigo misma y sabes que vas a serlo con quién comparta su felicidad, suya, contigo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario