miércoles, 12 de enero de 2011

Café de verano.

Ando directamente hacia donde estás. Aprieto el mando y te abres. Me siento, acercándome con decisión al volante. Siento protección. Me proteges de todo lo ajeno a ese pequeño espacio. Aire reducido. Aire caliente. Abro las ventanas. Soplos de brisa fresca. Suena la quince. Hip hop. Me invade la música y empiezo a cantar. Primera. Subo la cuesta que me lleva hacia la calle. Me centro. El parpadeo del intermitente de la furgoneta retro de delante me distrae. ¿Dónde irán? Suena reagge de fondo. Bajo el volumen de la radio y me da por pensar. Se escuchan risas, una mano ondea el aire por la ventana. Cantan. Pura felicidad. Me contagia. Me río. Primera, giro. Segunda. La furgoneta desaparece. Paro. Semáforo en rojo. La gente espera en la parada del autobús. Resoplan, se abanican. Llega tarde. Llegan tarde. Dependencia que yo no tengo. Hoy la tienen los demás. Me invade libertad. Pequeña libertad. Libertad en pequeñas dosis. Trabajo, trabajo y más trabajo. Horas de gente, horas de copas, birras, birras y más birras. Tráfico, mucho tráfico. Despacio. Una rotonda. Otra. Mi destino. Paro. Inspiro, expiro. Me bajo. Ando por el pueblo entre coches y saludos. Luego iremos. Luego nos vemos. Hasta pronto, pues. Dejo caer el bolso encima de la silla. Nuestra silla, nuestro hueco. Un cigarrillo antes de empezar. Llego pronto, diez minutos. Diez de tranquilidad, de humo, de contemplar, de analizar. Toda la terraza llena. Brilla el sol. Quema. Saboreo mis dos últimas caladas. Saben a gloria. Servir, pedir, hablar, comentar; descifrar una sonrisa en medio de la prisa. Mis piernas flaquean. Necesito sentarme, comer, fumar, fumar y fumar. Nunca había fumado tanto. Me carga el trabajo, me carga la gente. Se me carga la espalda. Y al final, simplemente me cargo de paciencia. Me invade el cansancio, tanto, tanto, que incluso consigo cansarme de mi misma. ¿Cómo se come eso? Con azúcar y cucharilla. En ayunas, un café con leche. No, miento. Me soporto mejor con un poco de baileys. Dulce, tan dulce que llega a endulzarme el alma. Adoro ese minuto. Mis pequeños sesenta segundos. Míos, para mí y de nadie más.

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